¿Por qué ya no confiamos en los expertos?
Texto: Jordi Paniagua. Ilustración: Carlos Sánchez Aranda
El valor del experto está a la baja. Las élites intelectuales y académicas que sentaban cátedra hace tan poco tiempo han perdido credibilidad y autoridad moral, ante una sociedad que no acepta ciegamente sus recomendaciones. Los resultados electorales impensables hace unos años nos hacen preguntarnos si estamos ante el ocaso de los expertos.
Los expertos (profesores, médicos o científicos que han dedicado buena parte de sus vidas a estudiar temas complejos) muestran signos de debilidad y se encuentran descolocados ante pseudo-expertos (tertulianos, twitteros y demás homeópatas intelectuales) que copan el espacio mediático y disputan su espacio intelectual. El último ejemplo lo pueden ver en este vídeo, donde una periodista defiende una terapia milagrosa para adelgazar argumentado que el experto (profesor en bioquímica) está gordo.
El debate de expertos en torno a expertos (que seguramente solo leen e interesa a los propios expertos) ha crecido en los blogs especializados y en los estudios académicos. Por ejemplo, el blog de LSE se hacía eco de una encuesta del Centre for Macroeconomics (CFM) que analizaba el papel de los economistas durante la campaña de Brexit. Aunque los expertos están divididos en torno al papel que jugaron (pregúntale a tres economistas algo y obtendrás cuatro respuestas), sí que hay más unanimidad en torno a las razones por las cuales los votantes no tuvieron en cuenta sus recomendaciones: los votantes utilizaron un razonamiento en contra del mainstream económico (ver cuadro). Paul Johnson (Institute for Fiscal Studies) identificaba tres problemas principales: el fallo en la comunicación, la falta de velocidad en las respuestas y la ausencia de liderazgo.
El Institute for New Economic Thinking, una organización que promueve el pensamiento disruptivo en economía, ha organizado un simposio virtual, con varias aportaciones interesantes al respecto. Sheila Dow (Stirling, emérita) opina que la “gente se ha cansado de los expertos” (citando al ministro de educación británico) ante la incapacidad de los expertos (economistas en particular) de aunar su juicio técnico de consideraciones morales o políticas.
El debate académico en torno a los expertos ha intentado responder a dos cuestiones: ¿Por qué acudimos a un experto? y más recientemente ¿Por qué hemos dejado de confiar en los expertos?
Los economistas relacionan los expertos a ciertos temas complejos que se basan en la confianza. Los economistas denominamos, sin mucha imaginación, este tipo de bienes como “bienes de confianza” (crendence goods) y a los agentes que suministran estos bienes “expertos”. Como no podemos saber de todo (excepto si se trata de fútbol o economía), en muchas ocasiones recurrimos al juicio de expertos. Esto sucede cuando tenemos cierto interés por un tema complejo, pero no disponemos de las herramientas analíticas, experiencia o tiempo para entenderlo en profundidad. Acudimos al médico porque sabe más de medicina que nosotros.
El mercado de bienes de confianza están muy relacionados con los problemas de información asimétrica expuesto por Arkelof (1970) en su famoso “mercado de limones”. A diferencia del mercado de limones, donde la información asimétrica entre se traduce en oportunidades de intercambio perdidas, el mercado de confianza desplaza ciertos bienes si el experto realiza un diagnóstico equivocado (Mistreatment). Ello se traduce en un nivel de intercambio sub-óptimo de bienes de confianza (aumento de precios, decisiones erróneas, abusos de los expertos).
Las causas del descrédito de los expertos se abordan en un reciente paper del profesor Nathaniel Hilger (Brown) “Why Don’t People Trust Experts?” publicado en el Journal of Law and Economics. La explicación es sencilla: nuestra ignorancia es doble. Alguien que sabe poco de medicina o de economía tampoco tiene elementos de juicio suficientes para valorar las aptitudes profesionales del experto. En términos técnicos diríamos que el no-experto no observa la función de costes del experto (tendría que ser un experto para poder hacerlo). Nos resulta muy complicado comparar el coste o la calidad del experto. Adicionalmente, el experto puede recomendar tratamientos que sesgados en su propio beneficio. Cuando afloran estos fallos en el mercado de bienes de confianza, el experto se desacredita.
Por tanto, el valor del experto se reduce por dos vías. La más habitual ocurre cuando se producen fallos en el diagnóstico o el resultado del tratamiento no es el adecuado (como ha sido el caso antes y durante la crisis). Geroge Stigler, Nobel del 82, ya advertía en su libro El Economista como Predicador, que ante la complejidad de la economía, la sociedad busca expertos para “sencillamente ordenar los asuntos de una nación frecuentemente desordenada” y sin embargo “los economistas ejercen una influencia menor y escasamente detectable sobre las sociedades donde viven”.
Adicionalmente el experto se devalúa cuando surgen pseudo-expertos o chamanes que apenas se diferencian del experto: tienen títulos académicos, algunos son profesores, publican sus ideas (aunque con métodos diferentes y en otras plataformas), manejan con soltura las redes sociales, donde difunden masivamente sus razonamientos con convicción y hasta pasión. Realizan diagnósticos y recetan tratamientos sugerentes y aparentemente convincentes, pero convenientemente sesgados. La doble asimetría de Hilger, hace que se complique enormemente la tarea de identificar a los expertos, incluso para los agentes más formados.
Por tanto, los expertos tienen hoy un doble reto por delante: recuperar credibilidad y desenmascarar al pseudo-experto. No es una tarea sencilla: Las discusiones de los expertos suceden en ámbitos de análisis más sosegados y con menos componentes mediáticos. Además los profesores disponen de pocos incentivos (y poco tiempo) para difundir y defender sus ideas más allá del ámbito académico, por tanto “los grandes economistas no se han preocupado de la predicación” (Stigler, 1982).
Mejorar la ética profesional, los mecanismos de transmisión de la reputación y comunicación son algunas de las soluciones que propone Hilger en su artículo para conseguir una mejor identificación experto (y su función de costes). Adicionalmente, como nos recordaba Stigler hace 35 años y más recientemente aquí, puede que sea hora que predicar con el ejemplo y arremangarse.
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