Política como profesión
JORDI PANIAGUA SORIANO. 18/12/2012
Las barreras de entrada que afectan a los expertos más cualificados crean un incentivo para la perpetuación de la incompetencia. La representación política, o al menos la que además tiene responsabilidades de gestión, está hoy en día sesgada negativamente y proliferan profesionales de la política en vez de políticos profesionales.
Que política es una profesión es incuestionable. Pero es una profesión que obedece a unos parámetros ligeramente distintos al resto. No adaptar la política a esta realidad social y económica es una buena receta para perpetuar el aurea mediocritas.
Con una retribución más objetiva, transparente y flexible se ampliaría positivamente el espectro de la representación social en el arco parlamentario. El problema no es que lo políticos cobran mucho, si no que no cobran en función de valía profesional. El mercado, como mínimo, es igual de ciego que sus señorías a la hora de fijar los salarios y elimina la arbitrariedad que surge de la auto-asignación de los sueldos por parte de un club cerrado. Por ejemplo, no nos extrañamos cuando los clubs de fútbol pagan sueldos millonarios ya que es extremadamente complicado disputar la liga (y no digamos la Champions) sin los mejores en plantilla.
Pero el problema no reside únicamente en el salario. Del mismo modo que las multinacionales cuidan el retorno del ejecutivo expatriado, deberíamos ofrecer una salida digna al expolítico y reconocer su experiencia como un valor profesional. La ausencia de barreras de salida es una condición indispensable para eliminar las barreras de entrada.
No podemos pretender ser un país competitivo si nuestros representantes no lo son. Es difícil elevar la exigencia y la responsabilidad en política sin un sistema retributivo que premie el mérito y valore el trabajo. Mientras la política siga alejando sistemáticamente a los mejores profesionales será difícil obtener resultados excelentes.
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