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La transformación del fútbol
JORDI PANIAGUA (*). 04/05/2011 "Aceptemos el hecho de que el fútbol es un espectáculo de entretenimiento como los toros y dejemos la estadística para otras cuestiones, como la financiación millonaria de los clubs por parte de las cajas de ahorros..."
(Ilustración: CARLOS SÁNCHEZ ARANDA)
VALENCIA . El fútbol ha dejado de ser un deporte para convertirse en un mero espectáculo, una nueva fiesta nacional. Nadie clasificaría al torero como deportista, pero en cambio se le presupone una fuerza, habilidad y concentración excepcionales para jugarse la vida frente a un miura. El futbolista de hoy en día ha dejado de ser un deportista olímpico al uso, para convertirse en un artista muy habilidoso, como un torero. Las coincidencias se dan incluso fuera del campo, con los contubernios entre la salsa rosa y los futbolistas. Con el progresivo desinterés generacional hacia la lidia, los profesionales del balón han ido llenando el vacío dejado por los toreros. Aún no se visten de luces, pero todo llegará.
Puede que el fútbol provoque en algunos casos una animadversión por el gusto de llevar la contraria. En un país que se paraliza por completo frente a un acontecimiento deportivo que se repite cada semana (o menos) puede resultar casi romántico ir a contracorriente. Sin embargo, hay otros argumentos que nos invitan a reflexionar sobre la transformación que ha sufrido el fútbol en los últimos años.
Entendido como entretenimiento, el fútbol necesita de la apropiada dosis de violencia fingida, como en el circo o en el pressing catch. Como en política, "conviene la tensión" (Zapatero dixit) y no deja de asombrarnos la sorprendente hermandad de rivales irreconciliables, bien avenidos en la selección española o en la cafetería del Congreso. Lamentablemente las teatrales patadas voladoras de los futbolistas y políticos se traducen en puñetazos reales entre sus hinchas.
¿Cómo podemos hablar de deporte cuando el árbitro corre más kilómetros que cualquiera de los jugadores, que no llegan a los 10 km por partido? Por no hablar del agravio comparativo en materia de control antidopaje frente a otras disciplinas, como el atletismo o el ciclismo. Es casi inimaginable un control por sorpresa de madrugada, especialmente tras las celebraciones de los títulos.
Sin embargo, en la mal llamada sección 'Deportes' en los medios, el fútbol copa el 90% de la información. Además, el 90% del tiempo se dedica al Real Madrid o al Barcelona y a las múltiples preocupaciones de los jugadores: un quiste en la uña o la "concentración" en hoteles de lujo. En una bipolaridad parecida a la política van desapareciendo las aficiones a equipos minoritarios. En una sociedad progresivamente individualizadora, se busca la sensación de pertenencia a un grupo con éxito.
El fútbol llena en muchas ocasiones este vacío fundamental de la persona apostando por el equipo ganador. Aunque se pase rápidamente del plural mayestático "hemos ganado" (como si los hinchas pegaran patadas al balón sentados frente al televisor), al lejano "han perdido". Quedan relegados equipos con moral como el alcoyano y ya no se oyen gritos como "¡Viva el Betis manque pierda!".
El símil con los partidos políticos es tan inmediato como aterrador. Parece además que revivamos el panem et circenses romano (por razones personales siempre he preferido el panem et aqua). Mientras estemos emborrachados e inundados por balones, patadas y porteros, nos olvidamos temporalmente de otras cuestiones, como la aptitud de nuestros gobernantes para gestionar los asuntos de todos.
Por otra parte, cuesta entender que el aficionado a un deporte, sinónimo de superación personal y hábito sano, tenga que disfrutarlo tras el humo de un puro. A no ser, claro, que el mínimo interés en los palcos presidenciales sea el deportivo. Extraña convivencia entre política-fútbol-negocios, que anda dejando mausoleos de cemento en la periferia de las ciudades.
El fútbol permite una asombrosa laxitud en el cumplimiento de las normas. Prueben a aparcar el coche en las inmediaciones del Mestalla un martes por la mañana. Si tiene una urgencia médica, como por ejemplo un parto, puede que por causa mayor tenga que dejar el coche en doble fila: la multa y la grúa estarán aseguradas. Si repite el mismo procedimiento un domingo de fútbol, la sanción brillará por su ausencia, incluso aparcando en triple o sobre la acera.
Los ídolos de los niños de un país dicen mucho del país en su conjunto. Un país prosperará en la medida que la infancia tenga una meta a superar y se vea reflejada en los valores de las personas que quieran emular. Nos debería hacer reflexionar el hecho de que la aspiración de muchos niños (y padres) sea ser futbolista profesional. Casi todos quieren convertirse en Cristiano Ronaldo o Messi y emularlos en sus sueldos millonarios y su corta jornada de trabajo. Esperemos que alguno sueñe con dar la vuelta al mundo en bici estática, como Pedro Duque.
Pero si existe alguna razón de peso que hace que el fútbol se me vuelva irremediablemente irreconciliable es el nefasto uso de la estadística. Los comentaristas que han de rellenar el hueco entre pérdidas de balón y saques de banda recurren a los inevitables guarismos. Pero que un equipo no haya perdido nunca tal o cual competición no es un hecho estadísticamente significativo. Como tampoco lo es el resultado "histórico" de enfrentamientos entre dos clubs. Aceptemos el hecho de que el fútbol es un espectáculo de entretenimiento como los toros y dejemos la estadística para otras cuestiones, como por ejemplo la financiación millonaria de los clubs por parte de las cajas de ahorros.
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(*) Jordi Paniagua Soriano es profesor de Econometría de la UCV.
2 comentarios
¿Por qué? ¿Por qué? (mourinho dixit)
Genial!
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