El sexenio, ¿de transferencia o de transformación?
El pasado viernes se celebraron en Madrid la XV Jornada sobre Docencia de Economía Aplicada organizada por ALDE. Además de las interesantes ponencias sobre como mejorar la docencia en nuestro ámbito de conocimiento pudimos asistir a la contraposición de dos modelos de universidad a través de la evaluación de la calidad del profesorado. Por una parte el modelo el español, presentado por el Presidente del Panel de Transferencia de la CNEAI, Salustiano Mato (qué explicó también el manido sexenio de transferencia) y por otra el modelo británico presentado por la directora de Learning and Teaching in Economics de la Universidad de Sheffield Mª José Gil (qué desgranó el sistema REF/TEF/KEF: Research, Teaching, Knowledge Exelence Framework).
La primera diferencia entre ambos sistemas es que mientras la evaluación española es individual y mide los méritos personales de cada investigados, la evaluación británica es del departamento en su conjunto. Además el periodo británico es común a todas las universidades (actualmente es el 2014-2020). El sistema anglosajón tiene dos ventajas sobre el nuestro. Primero, es administrativamente más eficiente ya que reduce el número de expedientes a revisar y estos se revisan una vez cada seis años. Permite también una evaluación más detallada de cada caso y reduce la carga administrativa sobre los evaluadores. Segundo, presenta incentivos para que los departamentos se gestionen de manera autónoma y decidan las políticas de contratación más adecuadas para alcanzar los objetivos de excelencia en la investigación y docencia. Cada profesor tiene que presentar al menos una contribución relevante en el REF y si no lo hace ve peligrar su status como investigador. También reduce el riesgo de contratar a investigadores mediocres ya que la financiación del departamento (y de la universidad) depende de los resultados de la evaluación de la investigación de todo el grupo. El sistema británico establece un ránking público según el cual se otorgan fondos de investigación y las propias universidades lo tienen en cuenta a la hora de decidir sus propias inversiones.
En el actual sistema nominalista de evaluación de la actividad investigadora en España no proporciona incentivos en términos de excelencia selección de profesores investigadores. La producción científica de nuestros compañeros no redunda directamente en el beneficio del grupo. Tampoco fomenta la colaboración o la creación de grupos de excelencia. Además, el sistema aumenta la presión burocrática sobre el colectivo, una de las causas del mal rendimiento de la universidad como se ha venido denunciado repetidamente aquí o aquí). La comisiones y los expertos que emiten informes repiten cada años la misma labor para cada uno de los profesores individualmente. Llegados a este punto, uno se pregunta qué sentido tiene un sistema que carga a la universidad con burocracia sin ayudarla a progresar en excelencia.
La segunda diferencia reside en cómo evalúan ambos sistemas el impacto de la universidad en la sociedad. El nuevo sexenio de transferencia es un avance y pretende medir la contribución de la universidad en el incremento del bienestar social en términos generales. Aquí pueden ver un informe detallado del modelo conceptual que ha impulsado la implantación del sexenio de transferencia. Un “molinillo del conocimiento” que haría feliz a Ortega y Gasset, ya que mide en definitiva la contribución social de la universidad que defendía en su escrito “Misión de la Universidad”.
Sin embargo, utiliza como variable de medida del impacto social la implicación de cada profesor (permanente, porque los temporales y precarios lo tenemos vetado) en la transferencia y en la difusión de su propia investigación a la sociedad. Por tanto, redunda en la exagerada carga de burocracia. Este año se han presentado 16,992 solicitudes que se han recibido por el sexenio de transferencia que deberá resolver una comisión de 10 miembros y 120 expertos. Por otra, el sexenio de transferencia mide solo la implicación personal del profesor en la trasferencia y no el valor extra-académico o social de lo transferido. En cambio, la evaluación del sistema británico evalúa el impacto social de la investigación del departamento independientemente del esfuerzo individual en su difusión (un 25% de la nota final). Miden cosas como el impacto de los artículos de investigación en el diseño de las políticas económicas por ejemplo (mediante citas en documentos oficiales, discursos de los policy-makers etc).
Por ilustrar la diferencia con un ejemplo (que pregunté durante la sesión). Al premio Nobel William Nordhaus no se le hubiera concedido un sexenio de transferencia si se hubiera limitado a escribir los papers que han cambiado la manera que tenemos de enfrentarnos al cambio climático y reducir las emisiones. Que el protocolo de Kioto y sucesivas rondas hayan adaptado los mercados de emisión de CO2 basándonos en sus artículos no demuestran suficiente transmisión de conocimiento ni impacto en la sociedad por parte del Nobel norteamericano. En cambio si tuviera cuenta activa en Twitter o hubiera dado una rueda de prensa en vez de acudir a puntual a su clase (como explican sus alumnos aquí ) posiblemente sí que hubiera obtenido una evaluación positiva.
Afortunadamente el sexenio de transferencia se encuentra en fase de calibración y se podrá ajustar para poder medir con más precisión aquello que Ortega llamaba la transmisión de la cultura, que junto con la formación e investigación conforman las tres misiones de la universidad. Actualmente, el sexenio tiene un error de medida al utilizar la variable transferencia social como instrumento de la transformación social. El sistema británico ha proporcionado resultados evidentes y positivos y podría servir de guía en su mejora. Por tanto, puede que una buena calibración para el sexenio de transferencia sería precisamente la máxima lapidaria de Unamuno en su discusión con Ortega sobre la europeización de España: ¡Que inventen ellos!