El número de jóvenes residentes en el extranjero no ha dejado de crecer desde el año 2009. Hoy hay cerca de medio millón de jóvenes (20-34 años) buscándose un futuro mejor fuera de nuestras fronteras. La mayoría de estos jóvenes son universitarios y profesionales que no encuentran salidas laborales en
España y optan por desarrollar su trabajo en otros países. No es extrañar que cuando nuestros políticos abandonan fugazmente su pasión por la vexilología se muestren ligeramente preocupados por esta llamada fuga de cerebros. Recientemente se han puesto en marcha diversas iniciativas tanto públicas (por ejemplo en Andalucía, Castilla La Mancha, Extremadura, Valencia y Madrid entre otros) como privadas (p.e. Volvemos) para fomentar el retorno del talento y drenar la fuga de cerebros.
La preocupación por la que surgen estos programas es doble. En primer lugar, se justifica por la pérdida de la inversión en educación de los jóvenes emigrados. Formar a un ingeniero, químico o médico en una universidad pública tiene un coste aproximado de 60.000€ por alumno. Esta inversión se ve recuperada con creces con las futuras cotizaciones a la seguridad social. El problema surge cuando se cotiza a la seguridad social alemana en vez de a la española.
En segundo lugar, la lógica preocupación por la pérdida de capital humano. La emigración de estos profesionales podría reducir el número de ingenieros, médicos y demás profesionales dispuestos a trabajar para empresas e instituciones españolas.
Sin embargo, disponemos de ciertos indicios que nos hacen pensar que ninguna de las dos preocupaciones está totalmente justificada. En primer lugar, la fuga de cerebros puede ser el precio a pagar para frenar un mal mayor: la histéresis del desempleo. Delong y coatures sugieren que el desempleo durante una crisis puede tener unas consecuencias nefastas a largo por la pérdida de habilidades (skills) por una desconexión del mercado laboral (ver aquí y para resumen amplio ver el trabajo de L. Bell aquí). Es decir, que la fuga de talento puede en el fondo preservar el presente y futuro.
El segundo indicio que nos hace pensar que las consecuencias de la fuga de talento se exageran es un trabajo reciente de los economistas P. Abarcar y C. Theoharides sobre los efectos de la migración de enfermeros en Filipinas (ver aquí). A principios de siglo (el XXI), los EEUU relajaron las exigencias para los visados de estos profesionales para luego endurecerlos en el año 2007. Es un magnífico experimento natural para probar si efectivamente la fuga de talento causa una pérdida en el capital humano del país emisor.
Como puede verse en el gráfico que acompaña al texto, Filipinas experimentó una migración notable de enfermeros. En el año 2003, el director de instituto filipino de salud describió este fenómeno como una hemorragia de cerebros y vaticinó en breve los hospitales de Filipinas no dispondrían de enfermeras (ver aquí).
Sorprendentemente, hoy los hospitales filipinos disponen de las suficientes enfermeras para funcionar correctamente. ¿Qué sucedió? La demanda de estudios de enfermería también creció notablemente durante el periodo de la fuga, como muestra el gráfico de más abajo. Como demuestran Abarcar y Theoharides, el aumento de la demanda de estudios fue superior a la tasa de emigración sin pérdida de capital humano. Según los autores, una de las claves fue la rápida respuesta de las universidades filipinas en aumentar el número de plazas disponibles. Por tanto, tanto EEUU como Filipinas salieron beneficiadas del su particular fuga de batas blancas.
Por tanto, deberías celebrar la fuga de cerebros, ya que no tiene necesariamente por qué desembocar en una pérdida de cerebros. Puede incluso ser muy positiva. ¿Se imaginan otro escenario en la que estos jóvenes no pudieran emigrar a trabajar a otros países?