Publicado en El Mundo el viernes 9 de Octubre (Día de la Comunidad Valenciana). Texto: Jordi Paniagua
http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/2015/10/09/56177a74ca4741653a8b46a3.html
El enredo catalán recuerda a la disparatada comedia Si hoy es martes,
 esto es Bélgica (1969) en la que un grupo de turistas americanos se 
proponen visitar la mayor parte de los países europeos en tan sólo 18 
días. Sin ocasión de disfrutar del viaje, logran cumplir su reto 
acumulando fotos frenéticamente, pero sin saber dónde han estado 
exactamente. En Cataluña, una serie de turistas de la política se ha 
propuesto un reto similar: acumular el mayor número de votos sin tener 
la más mínima idea de cómo quedaremos todos al final del viaje.
Si además de viernes, hoy es 9 d’Octubre, en Valencia todavía 
compartimos país con nuestros vecinos del norte. Parafraseando al gran 
Vinicius de Moraes: Porque hoy es viernes, hay la perspectiva del 
sábado. Es imposible huir de esa dura realidad. ¿Qué sucedería si mañana
 sábado el Sénia dibujara una frontera entre nosaltres el valencians i vosaltres els catalans? Se lo avanzo (por si tienen un cierto hartazgo y prefieren dedicar los minutos de la lectura posterior a preparar la Mocaorà): la independencia tendría un alto coste para Cataluña, pero también para el resto de España y muy especialmente para Valencia.
El encaje de Cataluña nos afecta especialmente en Valencia. Cataluña,
 además del vecino del norte, es el principal socio comercial de 
Valencia y la única vía terrestre hacia Europa. La independencia 
política de momento no tiene el poder para decidir sobre la geografía. A
 diferencia de otras CCAA, que ya se han preocupado de potenciar el 
corredor central para hacer llegar sus productos a Europa de manera 
alternativa, las exportaciones valencianas (60% por medios terrestres) 
pasan necesariamente por Cataluña.

Valencianos y catalanes somos más que vecinos. Puede que no 
compartamos ni identidad ni acento, pero compartimos un mismo espacio 
común. Ese espacio común que es un estado democrático es mucho más que 
el conjunto de sus partes o la suma de balanzas fiscales. Podemos 
expresar nuestras opiniones libremente en varias lenguas y equivocarnos o
 acertar al elegir a nuestros gobernantes. Tenemos incluso los 
mecanismos legales para mejorar lo que nuestros padres pensaron hace 
treinta años que era lo mejor para nuestro futuro presente.
En el interior de los estados suceden cosas sorprendentes que afectan
 a su economía. El diseño territorial, la regulación, las preferencias 
de los consumidores o la redistribución fiscal afectan muy especialmente
 al patrón y a la composición del comercio. Para muchos economistas, una
 de las facetas más fascinantes de los estados es que se comercie mucho 
más dentro de sus fronteras que con el exterior.
En 1995 el profesor McCallum descubrió asombrado que a pesar de las 
abrumadoras similitudes entre el sur de Canadá y el norte de EEUU, las 
regiones canadienses comerciaban 20 veces más entre ellas que con sus 
vecinas estadounidenses. Desde entonces, el «efecto frontera» ha sido 
ampliamente documentado en multitud de investigaciones a lo largo de 
distintas fronteras. Durante estos veinte años hemos ido observando y 
entendiendo mejor sus mecanismos. Por ejemplo, los franceses comercian 
ocho veces más entre franceses que con los alemanes, aunque éstos 
últimos sólo lo hacen tres veces más. En promedio, la Europa de los doce
 comercia cuatro veces más dentro de sus fronteras.
Es justo reconocer (precisamente hoy en la fiesta de todos los 
valencianos), que fueron tres profesores de la Universitat de Valencia 
los primeros en cuantificar el efecto frontera para España. Pero no 
piensen que Spain is different, de hecho somos bastante normales, ya que
 el caso español arroja unos resultados similares a los del resto del 
mundo. Los valores fluctúan entre 8,5 para Madrid y alrededor de 60 
veces para las Islas Baleares. En Valencia estamos cerca del promedio 
nacional y exportamos 21 veces más al resto de España que al extranjero.
 Cataluña no es una anomalía. El comercio de Cataluña con el resto de 
España es 22 veces mayor que con el extranjero (esto significa que las 
empresas catalanas exportan un 2200% más a otras autonomías que al resto
 del mundo).
Imaginemos que una Cataluña «libre» fuera un país normal dentro de la
 UE. En este caso sería razonable suponer que sus patrones comerciales 
fueran los que observamos habitualmente en economía comercial. Por 
consiguiente, no es descabellado pensar que observáramos en un 
hipotético estado Catalán el mismo efecto frontera que en el resto todos
 los países normales (puede que en Suiza no tanto). Sería sorprendente 
aspirar a ser un país normal en todos los aspectos menos precisamente en
 este. Como sucedió entre Eslovaquia y la República Checa tras su 
ruptura en 1993. Tan sólo en cinco años el comercio entre checos y 
eslovacos descendió un 20%. Aceptemos a Cataluña como estado de compañía
 y estudiemos cómo afectaría el cambio del patrón comercial a la 
economía.
Supongamos que Cataluña se independiza elegante y amistosamente, 
conservando unas instituciones plenamente democráticas. Sin ningún 
boicot, dentro de la UE, manteniendo relaciones cordiales con sus ex 
vecinos y sin realizar ninguna transferencia fiscal. Dibujemos tan sólo 
una frontera en el Sénia e imaginemos que tenemos las mismas fricciones 
comerciales con Cataluña que con Portugal. Bajo este escenario, los 
profesores de la Universidad de Edimburgo, Comeford, Myers y Mora 
(Revista de Economía Aplicada, 2014), estiman, mediante un equilibrio 
general para esta nueva economía, un descenso de las rentas catalana y 
española del 6,1% y 3,9% respectivamente. La desconexión catalana es 
también una desconexión española y nos afecta a todos.
Son las cifras conservadoras del empobrecimiento mutuo, ya que el 
análisis presupone que se eliminan totalmente las transferencias 
fiscales y supone que Cataluña se abre más al mundo (y menos a España). 
Pero es improbable que un nuevo estado catalán esté exento de un cierto 
grado de distribución fiscal. Al integrarse en Europa como un país con 
un PIB por encima de la media, Cataluña sería un contribuyente neto, 
como Alemania u Holanda. En vez de contribuir a la solidaridad 
territorial con Andalucía y Extremadura directamente, lo haría a través 
de la caja en Bruselas junto con las aportaciones para el resto de 
regiones más desfavorecidas de Europa. Con el nivel actual de 
transferencia fiscales, el descenso del PIB Catalán sería más del doble,
 un 12,8%.
Sin embargo, el flujo fiscal tiene una segunda derivada: ayuda a 
compensar los flujos y tensiones migratorias entre países y regiones. Es
 cierto que nadie paga con una sonrisa los impuestos, sobre todo cuando 
no se disfruta proporcionalmente de la inversión y servicios públicos. 
Pero la evidencia empírica nos indica que cuando se corta el tren del 
dinero, se fleta el tren de la migración. Migración, comercio y 
desigualdad van de la mano. Puede que el sistema actual de solidaridad 
interterritorial no sea ni óptimo ni justo y se podría mejorar sin duda.
 Es cierto que la subvención limita el desarrollo del sur. Pero las 
experiencias pasadas (en los tiempos donde no existían transferencias de
 renta) nos invitan a pensar que en un sistema sin apenas transferencias
 disminuye el bienestar social neto.
Por tanto, la redistribución fiscal no es una aportación enteramente 
altruista. Salimos ganando todos. La solidaridad entre territorios viene
 normalmente acompañada de una relación comercial. El mecanismo es 
parecido a la máxima franciscana: «dando es como se recibe». Parte del 
aumento de la renta de las regiones receptoras se destina a importar 
productos y servicios de las regiones que más recursos aportan a las 
arcas del estado. En teoría, la balanza comercial compensa la fiscal y 
todos salen favorecidos. El problema es que en el caso catalán esto no 
sucede.
Cataluña comercia principalmente con las otras CCAA que presentan un 
déficit fiscal como Valencia, Aragón, Madrid, País Vasco y Baleares. 
Exceptuando Andalucía, que es el principal destino de las exportaciones 
catalanas, las CCAA con una balanza fiscal positiva son las que menos 
comercian con Cataluña. Es decir, que Cataluña da pero no recibe tanto. 
Este es uno de los puntos centrales que esconde el argumentario 
independentista, dando no se recibe, o al menos no se recibe tanto.
En cambio, en Valencia la situación es diferente. Las balanzas fiscal
 y comercial se ajustan mejor en Valencia que en Cataluña. La mayor 
parte de nuestras exportaciones regionales van dirigidas hacia Cataluña,
 más del doble que a cualquier otra CCAA. Pero a diferencia de Cataluña,
 el comercio valenciano es más intenso con CCAA netamente receptoras 
(Andalucía, Murcia, Castilla la Mancha) y nuestro déficit fiscal se 
compensa en parte con un superávit comercial.
Un parón brusco en la solidaridad interterritorial provocaría bien 
una carga sobre las CCAA donantes o una disminución de las cantidades 
recibidas por las receptoras. En cualquiera de los dos casos, la 
economía valenciana se vería perjudicada. Bien porque aportaríamos más a
 la hucha común o porque nuestros principales socios comerciales 
tendrían menos dinero disponible para comerciar con nosotros. Por lo 
tanto, la caída del PIB Valenciano estaría más cerca del 12% catalán que
 del 6% español.
Más allá de las balanzas comerciales y fiscales, existe un tercer 
factor que habitualmente pasa desaparecido. El efecto frontera no afecta
 únicamente al volumen del comercio, también incide sobre su 
composición. No todas las empresas son iguales, las menos productivas 
abastecen al mercado doméstico y a partir de cierto umbral de 
productividad, las empresas se lanzan a la exportación. El umbral de 
productividad entre Valencia y Cataluña aumentaría, ya que sería más 
difícil exportar productos «made in Catalonia» o «made in Valencia 
(Spain)». La evidencia empírica nos hace pensar que las barreras 
administrativas inciden negativamente sobre el umbral de productividad 
necesario para comerciar. Esto significa que empresas que antes 
comerciaban libremente descubren que ya no les sale a cuenta hacerlo. 
Una hipotética secesión relegaría a las empresas menos competitivas al 
mercado doméstico.
Las empresas con una productividad media o alta también se verían 
afectadas. La reciente crisis es un desgraciado laboratorio para 
estudiar este tipo de efectos. Investigaciones recientes demuestran que 
algunas de estas empresas ajustarían la calidad de sus productos a la 
baja para hacer frente a shocks exógenos en la demanda de productos o en
 la disponibilidad de crédito. Una rebaja de la calidad permite vender 
más barato a menos coste y superar el corte. Sin embargo, la mayoría de 
empresas no pueden variar demasiado la calidad de sus productos. Estas 
empresas se ven abocadas a vender los mismos productos a precio menor 
para mantenerse a flote. A corto plazo, la única opción realista para 
muchas empresas con una productividad media-baja (como la mayoría de las
 empresas de nuestro entorno) es bajar los salarios. Parte de estas 
empresas lograrían seguir exportando, pero no por su mejor calidad o 
valoración, sino vía deflación salarial. A corto plazo las empresas 
catalanas y valencianas se embarcarían en un viaje a la deflación y la 
mediocridad.
Sin embargo, con el paso de los años la situación se estabilizaría 
para volver a niveles parecidos a los de hoy en día. Pero ese largo 
plazo estaría precedido de un corto plazo con salarios más bajos y una 
caída estimada del PIB diez veces superior a la de la crisis del 2007. 
Ha pasado casi una década desde el inicio de la crisis y aun no hemos 
logrado niveles de empleo parecidos a los de entonces. Pero parece poco 
probable que la amalgama política salida de las urnas del 27-S acepte 
alegremente asumir más recortes para llegar a un destino incierto de 
aquí 10, 20 ó 30 años. Más bien al contrario.
¿Cómo se puede construir un país normal sin asumir los costes 
normales de ser un país? Incrementar la soberanía nacional en una 
economía global conlleva un coste. Si no se está dispuesto a asumir el 
coste económico se pagará un peaje democrático. Una frontera soberana 
entre países democráticos empobrece a ambos, por ejemplo disminuyendo el
 comercio. En cambio, países opacos, por ejemplo los paraísos fiscales, 
gozan de las ventajas del comercio y de la soberanía simultáneamente.
 
mar 06, 2015 @ 17:04:50 Editar
Y son equivalentes, porque ni con 3 ni con 4 los estudiantes aprenden nada de nada!!.
Así que habría que definir la función R(x) que mide los resultados de x años de estudios.
Si partimos de R(3)=R(4), que es lo que en el fondo se defiende en el artículo (y no que 3 sea igual a 4), veremos la irrelevancia de los años de estudio.
Y como decía Allan Poe: “Experience has shown, and a true philosophy will always show, that a vast, perhaps the larger, portion of truth arises from the seemingly irrelevant.”
feb 09, 2015 @ 11:01:19 Editar
feb 09, 2015 @ 09:36:18 Editar
Un cordial saludo.